(Intervención muy
inapropiada de la estatua de Ana Frank).
I El mito de Ana Frank.
II El antisemita eres tú.
III La creación del estado de Israel
y el inicio de la actual guerra en 1948
IV ¿Y ahora qué?
I EL MITO DE ANA FRANK.
Annelies Marie Frank (Ana Frank) comenzó su diario en junio de 1942, cuando tenía 13 años, y junto con su familia se trasladó a un pequeño ático anexo a un almacén en Ámsterdam. Dos años más tarde, con intención de enviarlo a un certamen, comenzó un borrador revisado eliminando muchas partes del diario original.
Los estudiosos de la obra de Ana Frank han clasificado las tres versiones del diario con las letras A, B y C. La A corresponde al texto original, en el que la adolescente narra el conflicto en primera persona; la B, la reescritura de la propia Ana Frank, meses antes de que su familia fuera descubierta por los nazis, trabajando el texto ya con una asombrosa conciencia de escritora; y la C, en la que entra en juego Otto Frank, con sus correcciones, eliminaciones y posibles adiciones.
Otto Frank, el único sobreviviente de la familia, regresa a Holanda tras la victoria aliada y Miep Gies una de sus protectores, le entrega los diarios y cartas que había conservado. El texto C es el publicado por Otto Frank en 1947 con el título en holandés de El anexo, nombre con el que conocían la buhardilla donde se ocultaban. Incluía en él, partes que su hija había descartado de la versión inicial, incluyendo cartas y otras hojas sueltas escritas por Ana, en una modesta edición de ejemplares que no tardarían en agotarse.
Otto, que era un empresario talentoso y que lo había perdido todo, no tardó en darse cuenta de que el libro era un filón y una vez que el nombre de su hija empezó a ser reconocido, no tardó en preparar las nuevas ediciones con el escueto título de Diario de Ana Frank. El libro no tardaría en ser traducido al inglés convirtiéndose en un superventas y generando a la vez múltiples polémicas sobre su autenticidad.
El éxito de la edición en inglés condujo a una dramatización teatral en 1955 y, finalmente, a la película El diario de Ana Frank. Versiones edulcoradas ambas, para el gusto del público norteamericano y con escándalos por los derechos de autor que terminaron en los tribunales.
En 1957, cuando se enteró de la posible demolición de la fábrica y el escenario de la escritura del diario, decidió comprar la propiedad para convertirla en un museo y unos años después fundaría en Suiza la fundación que gestiona la publicación de los diarios, sus traducciones y todos los derivados.
Su vida hasta su muerte giró en torno a los diarios, la memoria de su hija, la denuncia de la barbarie vivida bajo el nazismo. Y a entablar multitud de demandas contra aquellos que osaban negar su autenticidad.
Aunque no fue esa la actitud de muchos otros supervivientes del holocausto, entre los que había escritores que también dejaron constancia de su trauma en obras de mucha mayor calidad; y otros como Primo Levi, que después de escribir durante años sobre su experiencia terminaría suicidándose; no hay nada que reprochar en la actitud de Otto salvo esa pequeña o gran mentira de su participación en la redacción final del diario y que mantuvo hasta su muerte en 1980.
Y no sería hasta 1995 cuando se publicó la llamada «edición definitiva» del ya celebérrimo «Diario», año en que se restauraron determinados pasajes que Otto había suprimido de la versión que se publicó en Holanda en 1947 y en Estados Unidos, en 1952, y declarándose libro de lectura obligatoria en las escuelas de cada vez más países.
Bajo la legislación europea, los derechos de autor de una obra expiran una vez pasados 70 años de la muerte del Frank debió haber pasado al dominio público el primero de enero de 2016. Aquello llevó a que Olivier Ertzscheid, profesor de la Universidad de Nantes, publicara en su blog el texto original en holandés, y al mismo tiempo, Isabelle Attard, del Partido Verde francés, lo puso en línea en su sitio web.
Y por supuesto, no se hicieron esperar los reclamos de la Fundación Ana Frank, con sede en Basilea y una nueva controversia legal. Aquí lo que se trataba no era ya la autenticidad o no de los diarios que niegan los negacionistas, sino que conforme a las leyes vigentes, el libro pasara a considerarse de dominio público, con lo que la fundación dejaría de recibir sus pingües beneficios. Y no solo eso, la frase: Diario de Ana Frank es también una especie de marca registrada de la fundación y un enfoque distinto bajo ese título podría perjudicar muchos otros intereses. En la nueva polémica, la fundación no tuvo otro remedio que reconocer a Otro Frank, por cortar, pegar y cambiar, como coautor del libro y merecedor de derechos de autor, y, por tanto, ya que murió en 1980, estos se extenderán eternamente.
Pero más allá de los posibles beneficios económicos, el diario en cuestión entraña otros intereses. Recordemos la frase célebre del célebre caza nazis Simon Wiesenthal al padre de Ana: “El diario de Ana Frank —símbolo de la persecución de los judíos— era más importante que los juicios de Núremberg. Ana representa a la niña inocente (los judíos) atrapada en la maldad (los nazis)”.
El libro, con sus más de treinta millones de ejemplares vendidos y siendo aún de lectura obligatoria en occidente; es un eficaz instrumento de propaganda y recuerdo del Holocausto, un acontecimiento, no lo olvidemos que fue primordial para la creación del Estado de Israel, para su defensa en los conflictos posteriores y para justificar la actitud violenta actual contra el pueblo palestino.
Para finalizar con el tema, recordar esta anécdota de Norman Finkelstein un judío norteamericano autor de “La industria del holocausto”, tachado también de antisemitas, quien en una conferencia se vio interpelado por una joven judía ofendida por sus opiniones: “Mientras mi padre estaba en Auschwitz, mi madre estaba en Majdanek; cada uno de los miembros de mi familia fue exterminado, y es precisamente por las lecciones que mis padres nos enseñaron a mí y a mis dos hermanos, que no voy a ser silenciado cuando Israel comete sus crímenes contra los palestinos; porque considero que no hay nada más despreciable que usar el sufrimiento y el martirio de ellos para intentar justificar la tortura, la brutalidad, la demolición de hogares, que Israel comete diariamente contra los palestinos”.
Fuentes:
*Benjamin H. Freedman. Eran Elhaik. Shlomo Sand. Maret Halter. Mirolad Pavi. Meir Margalit. Iris Leal. Avi Shlaim. Benny Morris. Ilan Pappé. Dr. Eran Elhaik
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II EL ANTISEMITA ERES TÚ
Y es muy inapropiada porque Ana Frank, su nombre y el título del diario
que se le atribuye, es uno de los principales artefactos de la propaganda
sionista y como verán, basados casi todos en la mentira para justificar su
aventura colonial en Palestina y todas las barbaridades que ese afán les obliga
a cometer; arrojando el insulto de antisemitas a todos los que se atreven a
cuestionar su violento proceder. Y este insulto procede de otra usurpación del
concepto semita, del que no es ajeno entre otros nuestra RAE.
Para la academia, en su primera acepción del término semita, dice:
“Según la tradición bíblica, descendiente de Sem”. Y en una segunda acepción,
se lee: “Dicho de una persona: que pertenece a alguno de los pueblos que
integran la familia formada por los árabes, los hebreos y otros”. Esto deja
bien claro que tanto los hebreos como los palestinos son pueblos semitas y
cualquier acto contra ambos debería considerarse un acto de antisemitismo. Pero
los tiempos cambian y con ellos el idioma y las definiciones, a menudo de
manera interesada.
Después del Holocausto, la academia española, siguiendo una corriente
general al calor de los hechos recientes, optó por definir el antisemitismo con
estas palabras: “Que muestra hostilidad o prejuicios hacia los judíos, su
cultura o su influencia”. Dejando por fuera él: árabes y otros.
Con esa definición en la mano los ultraortodoxos judíos jaredíes de la
secta Neturei Karta que no reconocen al Estado de Israel creado en 1948, que
queman su bandera, que se oponen a los nuevos asentamientos y que se
solidarizan con las víctimas palestinas; pueden ser tachados de antisemitas.
Como también decenas de judíos, semitas y azquenazis, académicos, artistas o
ciudadanos comunes que dentro y fuera critican las posiciones más belicistas.
Y no, no lo son, son como nosotros antisionistas.
No tenemos nada contra los judíos, las personas que salimos a la calle a
protestar por los crímenes del ejército israelí, o al menos, no la mayoría.
Sabemos que hay cientos de víctimas del Holocausto que condenan esa violencia,
como creemos que lo haría Ana Frank, y cientos de miles de judíos en Israel que
también la condenan y lo manifiestan en las calles. Pero el sionismo, que es un
monstruo grande y pisa fuerte, tiene el poder económico para crearnos una
realidad paralela. Una realidad que les coloca a base de mentiras en el papel
de las víctimas.
Desde el 7 de octubre, (otra mentira que nos hace creer que estamos ante
una guerra nueva), como desde hace más de setenta años, los verdaderos
antisemitas, los que despojan al pueblo semita de los palestinos, los que los
expulsan de sus tierras, los segregan en nuevos guetos, los encarcelan,
asesinan y masacran son los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel. El
Israel sionista es hoy el principal antisemita.
Con las definiciones del diccionario antes aludidas podrían negar la
mayor y decir que se trata de una guerra civil entre población semita, pero
aquí entra el factor azquenazi. La mayoría de la población bombardeada por la
industria cultural sionista-americana cree que la diáspora del tiempo de los
romanos dispersó a los judíos por las riberas del Mediterráneo, unos por el sur
hacia la península ibérica (sefarad) y otros por el norte hasta llegar a
Alemania (azkenaz) un nombre muy arbitrario para definir al país teutón por el
gran número de judíos que se establecieron en algunos de sus länder.
En realidad, Azquenaz es un término bíblico, el nombre de uno de los
hijos de Gomer, según la Reina Valera, cuyos descendientes se establecieron
alrededor del mar Caspio y que por su retraso cultural la palabra llegó en su
momento a convertirse en un sinónimo de bárbaro entre los judíos de Palestina,
para muchos siglos después dar el nombre de askenazis a los judíos establecidos
en Europa oriental. Judíos de religión pero no judíos étnicos en su mayoría.
El historiador y novelista húngaro de familia judía Arthur Koestler en
su libro “La decimotercera tribu”, es tal vez el primero en dar a conocer la
historia de los jázaros de forma casi novelada. Fueron un pueblo nómada que en
un momento dado decidieron crear un imperio estable en la región del mar
Caspio, al sur de una naciente Rusia cristianizada y al norte de un oriente
medio musulmán. Como en un cuento de las mil y una noches, rey Bulán deseoso de
abandonar su paganismo para convertirse a una religión monoteísta, convocó a su
presencia a un obispo, un imán y un rabino para que le convencieran de las
bondades de sus creencias antes de elegir una de las tres. Pero tal vez más que
los argumentos de las Eminencias convocadas pesaron las razones geopolíticas.
Ya que rodeado su floreciente imperio de cristianos al norte y musulmanes al
sur, la opción judía le garantizaba una neutralidad entre los posibles
enemigos. Fue así como Bulán se convirtió en el único rey judío de esa época y
con él, es de suponer que todo su estado y más tarde, la mayoría de sus
súbditos. El imperio de los jázaros posteriormente sería disuelto por la
expansión de otros imperios y una parte importante de su población se dispersó
hacia la hoy Europa oriental, donde surgen los hoy llamados azquenazi.
La paradoja de esta historia es que aquellos jázaros eran tribus arias y
lo son también sus descendientes porque sus preceptos religiosos adoptados les
impedían contraer matrimonio con personas de otras religiones y los judíos
verdaderamente semitas eran una minoría en la Europa oriental invadida por
Hitler. Así que los nazis, orgulloso de su supremacía racial, orquestaron todo
un demente Holocausto donde la mayoría de sus víctimas eran tan arios como ellos,
incluida posiblemente, y por cálculo de probabilidad estadística, Ana Frank, su
mito por excelencia.
¿Esto es como decir que el Holocausto no fue un genocidio antisemita
sino antijudío? Pues yo no me atrevo a tanto porque no sé qué pasaba por la
mente de los jerarcas del nazismo. Ni las implicaciones que tuviera en su
momento.
Si no de un antisemita, estás deducciones podrían achacarse a una mente
antijudía, pero no. Si duda de estos argumentos, chocantes para una mayoría
adoctrinada, deben saber que he recurrido exclusivamente a fuentes judías
(asquenazis y sefardíes) que citaré al final, * porque aún hay más.
Fuentes:
*Benjamin H. Freedman. Eran Elhaik. Shlomo Sand. Maret Halter. Mirolad Pavi. Meir Margalit. Iris Leal. Avi
Shlaim. Benny Morris. Ilan Pappé. Dr. Eran Elhaik
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III LA
CREACIÓN DEL ESTADO DE ISRAEL
Y EL INICIO
DE LA ACTUAL GUERRA EN 1948
Después de la derrota del nazismo, los europeos fueron testigos de la
magnitud del Holocausto. Las fotografías y los documentales que filmados en el
mismo momento de la liberación de algunos campos de concentración, pusieron
ante los ojos de los europeos las imágenes de un infierno inimaginable y ese
shock opacó al resto de las víctimas de la contienda. A los millones que habían
muerto en ambos bancos y a otras minorías y a los civiles alemanes que estaban
sufriendo una represión injusta. Y de esa desgracia sobredimensionada o no,
sacó beneficio la ideología sionista.
En un principio la ideología sionista fue articulada por Theodor Herzl,
su fundador en el siglo XIX, a partir de ideas ya expresadas por otros
pensadores y rabinos. Consistía básicamente en crear un Estado judío que fuera
capaz de brindar protección a esta población ante el embate histórico del
antisemitismo que periódicamente surgía en Europa oriental con especial
virulencia en la Rusia zarista. Aunque los países del occidente no estuvieran
libres de esa culpa antisemita.
Herzl nació en una familia de la burguesía judía emergente en el Imperio
austrohúngaro. Creció en un ambiente confortable, liberal y laico. Era lo que
se entendía por un judío asimilado. Un judío integrado en la vida cultural del
imperio y que proponía que esa debería ser la actitud de los judíos estuvieran
en el país que estuvieran y que es una ideología que aún persiste en una gran
parte de los judíos en la diáspora.
Pero su estancia en Paris cubriendo el Caso Dreyfus para un periódico vienés
le hizo cambiar de actitud al ver las manifestaciones antijudías después de ser
sentenciado y degradado injustamente el capitán. Entendió que era imposible
combatir el antisemitismo en Europa y la opción era crear ese estado judío lejos
de allí. Adoptó entonces el sionismo y se convertiría en su líder indiscutible
hasta su muerte. Su figura hoy está tremendamente satanizada por la deriva
extremista de sus sucesores. En su obra programática “El Estado Judío”
escribía: “No es necesario decir que debemos tolerar respetuosamente a la gente
de otras religiones y proteger su propiedad, su honor y su libertad con las más
severas medidas de coerción. Esta es otra área en la que debemos mostrar al
mundo entero un magnífico ejemplo…” Y en su novela Altneuland (La vieja nueva
tierra) previó que los no judíos tendrían los mismos derechos que los judíos en
una democracia. Nada más alejado de los preceptos actuales.
Herzl murió en 1904 y a pesar de sus intentos al más alto nivel dentro de
los imperios británico y otomano en franca hostilidad, no pudo obtener un
acuerdo para trasladar a los judíos europeos y fueron escasos los que con fortuna
realizaron la travesía. No sería hasta después de la Primera Guerra Mundial,
con la derrota del imperio Otomano y la administración de esa parte de su
territorio por los británicos, que se firmaría la Declaración Balfour que en
palabras de Arthur Koestler era algo así como: “Una nación promete solemnemente
a una segunda el territorio de una tercera”. Pero aunque el idilio entre sionistas
y británicos se rompió unos años después, las olas migratorias fueron
constantes y en aumento desde entonces, llegando a una Palestina habitada por
árabes, cristianos y judíos que hablaban todos en árabe y no entendían el
yiddish de los nuevos judíos recién llegados.
Era la segunda llegada de los judíos a la tierra prometida. Recordemos que
los orígenes remotos de la religión judía hay que situarlos en Mesopotamia, en
la Ur de Caldea, donde nació Abraham, posiblemente hacia el año 1800 a.C. y que
después de la promesa de Yahvé, se encaminó a la tierra prometida en Canaán
donde desarrollaron su historia hasta la época de Jesús, la Palestina Romana,
conviviendo con otras tribus y de donde serían expulsados por los romanos allá
por el año 70 d. C.
El hebreo era la lengua de Abraham y si la comunicación con Yahvé no fue
telepática, esa fue la lengua en que hablaron. Según la etimología bíblica,
hebreo significa: “el que viene de la otra orilla”, y hace referencia al río Éufrates
que cruzaron para llegar desde Ur a la tierra de los cananeos.
Una lengua que llegó a extinguirse, reduciéndose su uso solo a la
liturgia en la sinagoga; recordemos que el judío Jesús y sus apóstoles
predicaban el evangelio en arameo.
Así que los nuevos pobladores de la Palestina tuvieron que resucitar el hebreo
como una labor principal para poder entenderse entre ellos en el estado por
construir. Los judíos locales que convivían con los palestinos hablaban el
árabe, los procedentes de Europa oriental de origen jázaros hablaban el yiddish
(una derivación del alemán de la época con palabras hebreas y eslavas) y los
sefardíes el idioma de su país de procedencia, además de esa joya que es el
ladino o español de la baja edad media, que se llevaron de España al ser
expulsados por los Reyas Católicos.
Y mientras se afanaban en esas labores alfabéticas, seguían llegando más
judíos que empezaban a organizar las bases de lo que sería el nuevo estado. Se
iniciaban entonces los conflictos con la población local palestina, que ya empezaba
a ver una amenaza a su preponderancia y su soberanía, y también con las
autoridades británicas, que veían el incumplimiento de los acuerdos adoptados
en su momento.
Es en ese contexto dónde se produce la victoria de los aliados con la
llegada de los rusos a Berlín. En el continente devastado, destruido por esa
larga y cruenta guerra, donde muchos no tienen que comer ni un techo que les cubra;
las imágenes que empiezan a ver en los periódicos y en las pantallas de los cinematógrafos,
les presentan la realidad de “otro” al que le ha ido mucho peor, y entre los
ciudadanos y los políticos empieza a fomentarse el sentimiento de la culpa.
Cualquier cosa que se haga por el bien de ellos, de las verdaderas víctimas,
será bien visto y aceptado por la población. Los sionistas lo saben y aceleran
sus labores diplomáticas a la vez que las militares o terroristas, pues ese es
el nombre que se da al grupo sin estado que rompe el monopolio de la violencia.
Es cuando se escucha tal vez por primera vez la expresión de acto terrorista
para describir las acciones de los judíos contra las tropas de ocupación
británicas. La Declaración Balfour vuelve a la palestra. Los acuerdos
diplomáticos se aceleran en las nuevas Naciones Unidas y pese a la oposición de
los países árabes, se acuerda la partición de Palestina en dos estados: uno
judío y otro árabe. Los sionistas, aprovechan la resolución para proclamar de
manera unilateral el Estado de Israel después de la salida del último soldado
británico por David Ben-Gurión el 14 de mayo de 1948.
Acto seguido, los estados árabes vecinos y aliados de los palestinos, Egipto,
Siria, Irak, Jordania y Líbano le declaran la guerra al nuevo estado de Israel.
El conflicto se resuelve de manera breve por un ejército judío que no hizo,
sino adelantarse a los acontecimientos y fruto de esa victoria, toma una cuarta
parte más del territorio que el plan de la ONU le asignaba, promueve la
migración masiva de nuevos judíos europeos y expulsa a los palestinos de sus
tierras. Es otra de las grandes mentiras del sionismo que durante años
mantuvieron la versión de que los palestinos derrotados abandonaron sus tierras
por su propia voluntad o alentados por los vecinos árabes en contienda.
Hoy historiadores de universidades israelís han publicado, y siguen haciéndolo,
documentos desclasificados que prueban las órdenes emanadas de las más altas
instancias, ordenando la expulsión de todos los palestinos del territorio
israelí, impidiendo su retorno como ordenaba la ONU. La Nakba, que significa
catástrofe o tragedia en árabe, es como denominan los palestinos a esta acción
que se inició antes de 48 y proseguiría después, causando miles de muertos y desplazando
de manera forzada a más de 750.000 palestinos con el objetivo de impedir la
creación de un estado palestino que cobijara y defendiera sus derechos. La
tragedia o catástrofe palestina, la Nakba, no ha tenido un final, sino
distintos niveles de intensidad. Porque el objetivo declarado del sionismo es
la limpieza étnica, todo un territorio para un solo pueblo. Dejando de lado los
delirios de los sionistas revisionistas que hablan del Gran Israel.
Urge parar el genocidio y evitar la diáspora de los gazatíes como objetivo
prioritario. Después será una ardua labor pensar en la solución de dos estados
tras la violencia desatada. Pero no queda de otra.
Fuentes:
*Benjamin H. Freedman. Eran Elhaik. Shlomo Sand. Maret Halter. Mirolad Pavi. Meir Margalit. Avi Shlaim.
Benny Morris. Ilan Pappé. Iris Leal. Dr. Eran Elhaik
Wikipedia
IV ¿Y AHORA QUÉ?
Desde 1948 año de la fundación de este estado cuasi teocrático de Israel
donde en muchas ocasiones se mezclan la raza, la religión, el idioma y la
ideología, su configuración étnica ha sufrido un cambio considerable.
La hegemonía askenazí en Israel que empieza a consolidarse de manera
progresiva desde el final de la primera guerra mundial con la llegada de los
sionistas de ideología socialista y cuyo representante genuino podría ser David
Ben Gurion el fundador del partido Mapai ha cedido terreno ante la inmigración
de judíos orientales o sefardíes y el auge demográfico de los ultraortodoxos.
Israel es un país marcado por las castas de origen. Los socialistas del Mapai
de procedencia europea relegaron a los judíos que vivían en Palestina y
hablaban árabe en los años de la fundación del estado y lo hicieron aún más con
los miz rajíes que eran los judíos que procedían de los países árabes vecinos
que se vieron relegados casi como ciudadanos de segunda clase lugar que
abandonarían con la llegada de los falashas hace 30 años procedentes de
Etiopía. Estos judíos negros se integran en el ejército y la policía para
abandonar su posición marginal.
Esa facción azkenazi ha perdido su superioridad demográfica pero sigue
siendo la élite gobernante del país. Lo que si ha cambiado notablemente es su
ideología. El socialismo de los kibutz y el milagro agrícola es cosa de la
historia.
Empezó a serlo después de la guerra del Yom Kipur que a pesar de la victoria
militar se convirtió en una derrota sicológica en medio de la guerra fría y
sobre todo después de la caída del muro de Berlín. La mayoría de los nuevos
migrantes procedentes de la Europa oriental y Rusia eran y son profundamente
anticomunistas y eso alteró aún más la fisonomía política del país.
Israel ha cerrado los ojos a su complejidad étnica y religiosas, y a su pasado.
“Ha ninguneado la historia a su antojo”, como dice el historiador judío Meir
Margalit.
En el Knéset, su parlamento, en este atípico país sin constitución se multiplican
y se destruyen infinidad de alianzas circunstanciales entre partidos sin
ideología que solo actúan en defensa de sus intereses de casta.
Incluso entre los movimientos religiosos existe una separación por origen:
Unión de la Torá y el Judaísmo agrupa a los askenazíes, mientras el Shas recibe
el voto de los jaredíes orientales o sefardíes.
Y en ese río revuelto el miembro de la realeza askenazí Benjamín Netanyahu,
se ha convertido en el pérfido príncipe de Maquiavelo que ha encadenado tres
triunfos sucesivos en las urnas convirtiéndose en casi un dictador al servicio
de intereses de una minoría y sobre todo exteriores.
En ese contexto se pueden entender mejor los sucesos que antes del 7 de
octubre tenían al país al borde de una guerra civil.
Y en eso llegó Hamás... y se comenzó la destrucción.
Fuentes:
*Benjamin H. Freedman. Eran Elhaik. Shlomo Sand. Maret Halter. Mirolad Pavi. Meir Margalit. Iris Leal. Avi
Shlaim. Benny Morris. Ilan Pappé. Iris Leal. Dr. Eran Elhaik
Wikipedia