(Elegía a Laura de América)
Quien me lo iba a decir a
mí, a estas alturas saliendo en defensa del periodismo canalla de Laura Bozzo.
Y si lo hago es porque en México suenan tambores de guerra pidiendo su
deportación.
Por supuesto que recuerdo
la primera vez que vi el programa desde tierras peruanas, el original como
quien dice, y recuerdo el desagrado que me causó. Pensé que era de muy mal
gusto regodearse con la vulgaridad de los más desposeídos que ventilaban ante
las cámaras sus pleitos de barriada, posiblemente pagados con míseras monedas.
Que ha cambiado desde
entonces, además de la ubicación geográfica. Tal vez sea mi concepto del otro
periodismo, el que uno creía serio y responsable y que dejada muy atrás la
ingenuidad considero ahora tan canalla y por supuesto mucho más pernicioso.
El concepto de “reality
show” se ha hecho mucho más familiar y parece inundar los programas
televisivos, amalgamándose impertinentemente con los programas de noticias, los
de opinión y por supuesto los deportivos.
Estamos tan acostumbrados
a los “realitys” de protagonistas con cuerpos siliconados, jóvenes y
bronceados, que cuando vemos entrar en nuestros hogares a esa masa de
desarrapados, no podemos ocultar nuestra aversión. Como si ellos no tuvieran
derecho a sus realitys de corazones descarnados.
Los de abajo, o los de más
abajo, aparecen ante nuestros ojos derrochando una vulgaridad que nos resulta
ofensiva. Una miseria humana que preferiríamos ignorar.
Pero quienes son, de donde
salen, porque nos resultan tan ajenos, que sentimientos remueven en nuestro
interior, en nuestras buenas conciencias que nos llevan a firmar una petición
para que la cadena de turno remueva el show de la programación, con lo sencillo
que sería cambiar de canal.
No creo que sea una
cuestión xenófoba, al fin y al cabo también en Perú eran miles los que
denostaban el programa. Parece que hay algo más, tal vez una vergüenza
interior, un sentimiento de culpa.
Y es que es verdad.
Deberíamos sentirnos avergonzados de vivir en una sociedad donde el prójimo, a
ese que nos dicen que debemos amar, nos resulta tan distante como desagradable.
Y que inconscientemente, sabemos tan necesario.
Porque esa masa vulgar,
ignorante, estrafalaria promiscua y miserable no es otra cosa que el
lumpenproletariado que definiera la doctrina marxista. Son los excluidos del
sistema capitalista pero una parte intrínseca del mismo. Una parte
imprescindible de nuestro bienestar. De ahí salen los delincuentes, es cierto,
pero también las empleadas domésticas, las niñeras, los guardas de seguridad,
el cuidacarros, la planchadora, el peón, el misceláneo y tantos otros
trabajadores informales que sin salario, seguro o prestaciones, están ahí para
servirnos por unas monedas, lo que sea nuestra voluntad. Y más importante aún,
son el ejército de reserva de la economía capitalista que regula a la baja el
monto de los salarios.
En esta primera década del
siglo, cuando vemos que el aumento de la desigualdad se acrecienta de forma
progresiva, marcando una tendencia que parece inevitable, ese lumpen que se
vanagloria de sus pequeñas miserias ante las cámaras de la televisión mexicana
parece estar condenado a crecer de manera perpetua.
En esta cultura económica
del ganar-ganar, el programa es un fiel reflejo de los tiempos. Gana el dueño
de la cadena, gana la directora del programa y ganan los participantes de la
refriega.
De nada sirve esconder la
cabeza como el avestruz para ocultar la realidad. Y lo único que hace Laura
Bozzo es poner ante nuestros ojos un espejo que nos refleja la realidad que no
queremos ver. La de México como la de cualquier otro país. De nada sirve romper
el espejo y de nada matar al mensajero.
Gracias Laura por
avergonzarnos.
Hermosa imagen aérea del fotógrafo Pablo López Luz que retrata el hormiguero humano de la periferia del Distrito Federal.