lunes, 17 de agosto de 2015

MILAN KUNDERA ILUSTRADO


(LA RISA EN EL ARTE)

Compartiendo en esta entrada una reflexión filosófica tomada del libro La Inmortalidad donde se habla de la sonrisa, la risa y la carcajada en las obras de arte. Para no inducir a error, el Rubens que se alude es un protagonista de la obra.


 A las manos de Rubens llegó un viejo álbum de fotografías del presidente norteamericano John Kennedy: todas fotografías en color, al menos cincuenta, y el presidente en todas (¡en todas sin excepción!) se reía. ¡No sonreía, se reía! Tenía la boca abierta y enseñaba los dientes. No había en ello nada fuera de lo corriente, así son las fotografías de hoy, pero quizás el que Kennedy riera en todas las fotografías, que ni en una de ellas tuviera la boca cerrada, sorprendió a Rubens. Unos días más tarde llegó a Florencia. Estaba ante el David de Miguel Ángel y se imaginaba aquel rostro de mármol riendo como Kennedy. ¡David, ese modelo de belleza masculina, habría parecido un imbécil! 




A partir de entonces imaginaba a los personajes de los cuadros famosos riendo; era un experimento interesante: ¡la mueca de la risa era capaz de destruir cualquier cuadro! ¡Imagínense a la Mona Lisa, con su sonrisa apenas perceptible convirtiéndose en una risa que pone al descubierto los dientes y las encías!




 Pese a que nunca había pasado en otro sitio tanto tiempo como en las galerías, tuvo que esperar a ver las fotografías de Kennedy para darse cuenta de una cosa tan sencilla: los grandes pintores y escultores, desde la Antigüedad hasta Rafael y quizás hasta Ingres, evitaron dar forma a la risa e incluso a la sonrisa. Claro, todos los personajes de las estatuas etruscas sonríen, pero esa sonrisa no es una reacción mímica a la situación del momento, sino un estado duradero del rostro, que expresa la eterna beatitud. Para un escultor de la Antigüedad o para un pintor posterior, un rostro hermoso sólo era imaginable en su inmovilidad.



(Sonrisa Etrusca)

 Los rostros perdían su inmovilidad, las bocas se abrían, sólo cuando el pintor quería captar el mal. El mal del dolor: los rostros de las mujeres inclinadas sobre el cuerpo de Jesús; la boca abierta de la madre en La matanza de los inocentes de Poussin. O el mal del vicio: el Adán y Eva de Holbein. Eva tiene la cara hinchada y la boca entreabierta, de modo que se ven los dientes que acaban de morder la manzana. Adán a su lado es aún el hombre antes del pecado: es bello, en su rostro hay serenidad y la boca está cerrada.




¡En el cuadro de Correggio llamado "Alegoría del vicio" todos sonríen! Para expresar el vicio, el pintor tenía que modificar la inocente serenidad del rostro, estirar la boca, deformar los rasgos mediante la sonrisa. En ese cuadro sólo hay una figura que ríe: iun niño! ¡Pero no es la sonrisa de felicidad que enseñan los niños en las fotografías publicitarias de pañales o chocolates! ¡Ese niño se ríe porque está corrompido!




Es con los holandeses cuando la risa se vuelve inocente: el Bufón de Hals o su Gitana. Porque los pintores costumbristas holandeses son los primeros fotógrafos; los rostros que dibujan están al margen de la fealdad y la belleza. Cuando paseaba por la sala de los holandeses, Rubens pensaba en la mujer que toca el laúd y se decía: La mujer que toca el laúd no es un modelo para Hals; la mujer que toca el laúd es un modelo para los pintores que buscaban la belleza en la superficie inmóvil de los rasgos.




  Después lo empujaron varios visitantes; todos los museos estaban repletos de una multitud de mirones, como en otros tiempos los jardines zoológicos; los turistas, hambrientos de atracciones, observaban los cuadros como a fieras enjauladas. La pintura, se decía Rubens, está fuera de sitio en este siglo, igual que lo está la mujer que toca el laúd; la mujer que toca el laúd pertenece a un siglo muy anterior, en el que la belleza no sonreía. Pero ¿cómo explicar que los grandes pintores hayan expulsado la risa del reino de la belleza? Rubens se dice: sin duda un rostro es bello porque se nota en él la presencia del pensamiento, mientras que en el momento de la risa el hombre no piensa. Pero ¿eso es verdad? ¿No es la risa el rayo del pensamiento que acaba de comprender lo cómico? No, se dice Rubens, en el instante en que comprende lo cómico, el hombre no se ríe; la risa viene a continuación como una reacción física, como un espasmo en el que ya no hay pensamiento alguno. La risa es un espasmo del rostro y en el espasmo el hombre no se gobierna a sí mismo, lo gobierna algo que no es ni la voluntad ni la razón. Y ése es el motivo por el cual el escultor antiguo no plasmaba la risa. Un hombre que no se gobierna a sí mismo (un hombre al margen de la razón, al margen de la voluntad) no podía ser considerado bello.
 Si, contradiciendo el espíritu de los grandes pintores, nuestra época hizo de la risa el aspecto privilegiado del rostro humano, eso significa que la ausencia de voluntad y razón se ha convertido en el estado ideal del hombre. Podría objetarse que el espasmo que nos muestran las imágenes fotográficas es simulado y por lo tanto razonado y voluntario: el Kennedy que ríe frente al objetivo no reacciona ante una situación cómica sino que con plena conciencia abre la boca y deja al descubierto los dientes. Pero eso no hace más que demostrar que el espasmo de la risa ha sido elevado por las gentes de hoy a la categoría de imagen ideal, tras el cual decidieron ocultarse.
 Rubens se dice: la risa es la más democrática de todas las apariencias del rostro: con nuestros rasgos inmóviles unos nos diferenciamos de los otros, pero en el espasmo somos todos iguales.

 Un busto de Julio Cesar que ríe a carcajadas es impensable. Pero los presidentes norteamericanos parten hacia la eternidad ocultos tras el espasmo democrático de la risa.


 La Inmortalidad. Sexta Parte. El Cuadrante cap. 21