martes, 2 de febrero de 2021

DIPUTADOS DE MIELDA

 


Hace unos años ya en plena campaña contra el TLC se celebró en la Plaza de la Cultura un foro ciudadano. El micrófono fue pasando de mano en mano y en su momento el amigo Antonio Salas Mongalo hizo uso de la palabra. Criticó entonces el tratado y las consecuencias para los costarricenses y aprovechando la coyuntura nos regaló de propina algunas propuestas, a dos de las cuales me voy a referir ahora porque son las que vienen a cuento.

La primera era el Programa Notariado. Consistía esta propuesta en que los candidatos a un puesto de elección popular que presentan un programa para convencer a los electores, estuvieran obligados por el Tribunal Supremo de Elecciones a que este fuera protocolizado ante un notario como un contrato, de manera que el candidato ganador tuviera un compromiso legal de obligado cumplimiento con sus electores. De manera que los presidentes, alcaldes o diputados que se olvidaran de sus promesas electorales pudieran ser interpelados por los votantes defraudados, en los tribunales llegado el caso. ¿Cuál era el alcance real de este Programa Notariado? Acabar con las falsas promesas de campaña.

Salas Mongalo presentó el pertinente amparo electoral y este fue rechazado por el señor Sobrado con un “No ha lugar”. Estaba claro que sin esas mentiras de campaña, los candidatos no podrían ilusionar a los votantes, estos no votarían y aumentaría la abstención. Y a menos votos, menos presupuesto, menos deuda política, menos negocio. Por el bien de nuestra democracia, podía haber suscrito Antonio Sobrado, en campaña electoral SE PERMITE MENTIR.

La segunda propuesta consistía en la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción. Y para que esto se hiciera realidad ya no eran suficientes los esfuerzos del amigo Salas, se necesitaba de una moción que reformara un artículo de la ley. Y desconozco los esfuerzos que el haya hecho para ello.

Esas y otras propuestas fueron aplaudidas por los asistentes al acto, pero las personas que lo acompañábamos le pusimos algún pero al asunto de la imprescriptibilidad y no, porque no nos gustara la idea. Ninguno de nosotros era abogado pero entendíamos que la imprescriptibilidad va generalmente asociada a delitos de guerra y lesa humanidad o a algunas formas de extrema violencia sexual contra menores. Ningún país se ha atrevido a ponerle el cascabel al gato, ni siquiera las modélicas socialdemocracias escandinavas.

El querer y el poder suelen ir de la mano en contadas ocasiones y no es nuestra limitada y sospechosamente corrupta democracia la que vaya a dar ese ejemplo. La moción necesaria para reformar la Ley Anticorrupción en un solo artículo fue presentada por la diputada Patricia Mora en el 2014 y desde entonces ha estado dando vueltas por la casa de los sustos hasta que el pasado mes de enero los diputados le dieron la puntilla. Solo el diputado Villalta y nueve legisladores más le dieron el voto y se lo negaron treinta y un señorías, otros nueve se perdieron por los pasillos y siete ni siquiera llegaron al plenario. No es nada sorprendente ni siquiera cuando ya han empezado la campaña electoral, ni cuando entre los opositores aparecen un montón de diputados de partidos cristianos que siempre andan con la palabra pecado en los labios. La corrupción como delito o pecado es algo que cura el tiempo.

Pero nos queda un sin sabor final y más cuando el diputado Villalta advierte que perseverara en el intento. Uno que no es abogado sabe que la asamblea cuenta con un órgano de servicios jurídicos que puede asesorar sobre el tema, tal vez nos dijeran que nuestra sospechas son ciertas y que no tiene sentido como dice el tico “seguir de majadero”. No debería el diputado del Frente Amplio decantarse por una reforma más razonable y posible. Por ejemplo subir el plazo actual de diez años a quince o veinte. O un juicio en ausencia. O… Cualquier otra cosa que no nos suene como medida demagógica y que no nos haga pensar que no tenemos más que diputados o políticos de mierda.