lunes, 1 de enero de 2024

Que trabajo nos cuesta ser demócratas.

 


I


Solemos decir que la democracia no consiste en votar cada cuatro años, sino que es una labor de todos los días para mejorar la sociedad en qué vivimos y sobre todo mejorar la situación de aquellos a los que les va peor; a los que como se dice ahora: se van quedando atrás.

En Argentina el número de esos que se iban quedando atrás alcanzaba cifras astronómicas, los últimos datos en la gestión del anterior gobierno hablan de más del 60% de familias argentinas por debajo del índice de pobreza. Esos eran los atestados del candidato Massa, un político trepador que en los últimos 20 años se había puesto todas las camisas ideológicas posibles (lo que incluye la antiperonista al lado de Macri y la peronista con Alberto Fdez.) sin perder esa sonrisa encantadora del típico psicópata. El psicópata marxista en la acepción grouchesca del término: "Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros".

Tenía otros principios maravillosos para el próximo cuatrienio, pero no estaba dispuesto a aplicarlos como actual ministro de economía con medio país pasando hambre. No sé cómo les suena esta frase a los que ahora y aquí en Costa Rica desde las trincheras dela izquierda están ejerciendo el escatológico derecho del berreo contra Milei y su motosierra.

En esto se ha convertido la democracia representativa que occidente trata de imponer en todo el mundo. "No nos representan" corean las masas en las manifestaciones contra sus políticos o ante los foros de los G7, G20, Davos o Bilderberg. Pero cuando llega un proceso electoral como este último en tierras australes, y cuando llega una segunda vuelta electoral con dos candidatos que representan los mismos intereses de los grandes grupos de poder financiero global, entonces nos ponemos una de las camisetas y como borregos salimos a dar la "vida" por una de las opciones aunque vivamos a miles de kilómetros.

Ninguno de los dos candidatos, Milei o Massa representa los intereses de ese 60% de familias pobres de Argentina. O no los representa por encima de los intereses de las oligarquías que los colocan en el poder. Son simplemente dos opciones que desde el poder hegemónico presentan dos modelos distintos para que esos niveles de desigualdad y pobreza no lleguen a ser una amenaza para esa democracia que representa los intereses de los más ricos. Hace unas décadas los argentinos tenían las cosas más claras y salieron a las calles al grito: "que se vayan todos".
Hoy, casi la mitad de ellos siguen embaucados por una élite de testaferros políticos que en su momento secuestraron el peronismo como un artefacto de ingeniería social para intentar recuperar el statu quo.

Y no, no se fueron todos, no se fue casi nadie. La innombrable casta política que llevó a la república al borde del colapso sigue ahí y ahora es invitada por el nuevo presidente que ayer la execraba para que lo ayuden a ejecutar el nuevo plan de ajuste que pagarán sobre todo los pobres que votaron a uno y otro de los candidatos. Que parte de la pantomima no acabamos de entender. Los argentinos han elegido presidente (los apologetas de la democracia dicen que el pueblo nunca se equivoca) y lo han hecho por un amplio margen por un candidato que advirtió de las medidas draconianas que se habrían de tomar. Y se están tomando; y los que presumen de demócratas aquí y allá no tienen más que respetar el resultado de las elecciones.

El resultado de esa democracia representativa, de la que son cómplices sobre todo esa nueva izquierda progresista que antepone al hambre y la miseria, los derechos de unas minorías sacadas de la chistera de una agenda importada del exterior para no afectar sus bolsillos. Y también una mayoría de dirigentes sindicales como los que retrató Fernando Solanas en su excelente documental "Memoria del saqueo". Un saqueo que vuelve a estar a la vuelta de la esquina incrustado en ese extenso y excelente Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que no es un invento nuevo del loco de la motosierra, sino una figura legal e inconstitucional por la que el Poder Ejecutivo se inmiscuye en el Legislativo.

Y es notable porque está derogando leyes de viejísimos dictadores como las de Onganía el golpista que acabó con el peronismo de la primera fase, o las de Videla que puso fin a la restauración del peronismo con María Estela de Perón y dio inicio al genocidio. Leyes que por cierto no incomodaron en lo más mínimo a los nuevos gobiernos democráticos, incluidos los del kirchnerismo.

¿Y ahora qué? ¿Hay que salir a la calle con la cacerola en mano como un nuevo acto del sainete convocados por los perdedores que quieren preservar sus prebendas? ¿Hay que esperar a que Milei termine de hacer el trabajo sucio que le han encomendado y entonces aprovechar el regreso del péndulo para subir otra vez al usufructo del estado y de las migajas? ¿Hay que seguir siendo los comparsas de esta representación donde los actores principales siempre son elegidos por el dueño del teatro?

 

II

 

A veces se escuchan palabras como refundación. Pero refundar, ¿quiénes y con qué herramientas? Los causantes de la debacle financiera del 2008 también hablaron de la refundación del sistema financiero y seguimos estando como estamos. En este caso, refundar la democracia (y no hablamos solamente de la argentina) es una tarea titánica. ¿Quién ha de encargarse de ponerle el cascabel al gato? El pueblo, por supuesto, debería ser el encargado. El pueblo al completo. La ciudadanía con mayor poder económico y la que no tiene ninguno. Los arrogantes letrados y los humildes que ni siquiera tuvieron la posibilidad de escolarizarse. Demás está por decir a estas alturas que hombres y mujeres, pero no exclusivamente mayores de 18 años, porque esa democracia refundada a que aspiramos, debe ser imaginada por los más jóvenes que serán los encargados en un futuro de disfrutarla.

Pericles hace más de 2500 años en su oración fúnebre a los soldados caídos en la guerra se vanagloriaba de la democracia ateniense. Ellos habían sido los inventores de la democracia con sus defectos iniciales. Una democracia participativa y directa donde quedaban excluidas de participar las mujeres, y los esclavos y extranjeros. Pero una democracia sin partidos políticos ni sufragio universal en la que la mayoría de los cargos se elegían por sorteo, entre ciudadanos ricos y pobres, sin posibilidad de que el postulado pudiera renunciar a su obligación republicana y por un periodo de un año para evitar la profesionalización. Y hago énfasis en estos dos últimos puntos porque son el origen en todas las democracias actuales de la formación de esa tan cacareada casta que como un cáncer ha carcomido la esencia democrática. Y lo ha hecho hasta tal punto que hay muy pocos ciudadanos que puedan imaginar una democracia hoy, sin esos partidos y esas elecciones.

Los votantes que aún participan donde la participación es un derecho y aquellos que lo hacen por imperativo legal, casi todos son conscientes que al final el candidato o partido vencedor lo es en gran medida por los apoyos económicos conseguidos para la realización de la campaña. Que el dinero manda y que más importante que el programa electoral en sí, es el marketing y la empresa trasnacional que fabrica al ganador.

Lo que no muchos conocen son otros pasos anteriores. Como teoría política desarrollada por el sociólogo Robert Michels ya hace más de un siglo y conocida como la ley de hierro de la oligarquía en su libro “Los partidos políticos”. Que viene a describir como se genera esa burocracia de compadrazgos en los partidos, permitiendo que lleguen a la dirección de los mismos esa casta que se corrompe para anteponer sus intereses de clase personales a los de los electores. Y otro autor interesante es Michael J. Sandel que en el 2020 publica “La tiranía del mérito” que en gran parte de la obra va explicando cómo se forman esas elites en los partidos políticos que terminan siendo una clase o grupo muy distinto a los ciudadanos a los que dicen representar.

Creo que son dos insumos muy importantes para entender esa desafección ciudadana; ese "no nos representan" que está de tanta actualidad.

Hay que pensar mucho, leer mucho también y analizar muy profundamente la coyuntura antes de embarcarse en esa trampa que puede llegar a ser un proceso constituyente.








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