sábado, 19 de abril de 2014

UNA BOMBA DE MIERDA PARA UN POLICÍA ESPAÑOL






En estos tiempos de represión globalizada contra el movimiento social y cuando el presidente legítimamente elegido por los españoles anuncia una nueva ley que restringirá lo poco que nos queda, el derecho al pataleo, quiero desde esta lejana cintura del continente americano compartirles un par de oportunos testimonios de dos connotados poetas, el salvadoreño Roque Dalton y el nicaragüense Ernesto Cardenal. El primero es un poema contundente para retratar a los lacayos uniformados de todas las latitudes; el segundo una anécdota de los tiempos guerrilleros del poeta sacerdote.


LOS POLICÍAS Y LOS GUARDIAS

Los policías y los guardias 
Siempre vieron al pueblo 
como un montón de espaldas que corrían para allá 
como un campo para dejar caer con odio los garrotes. 

Siempre vieron al pueblo como el ojo de afinar la puntería 
y entre el pueblo y el ojo 
la mira de la pistola o la del fusil. 

(Un día ellos también fueron pueblo 
pero con la excusa del hambre y del desempleo 
aceptaron un arma 
un garrote y un sueldo mensual 
para defender a los hambreados y a los desempleadores.) 

Siempre vieron al pueblo aguantando 
sudando 
vociferando 
levantando carteles 
levantando los puños 
y cuando más diciéndoles: 
"Chuchos hijos de puta el día les va a llegar". 
(Y cada día que pasaba 
ellos creían que habían hecho el gran negocio 
al traicionar al pueblo del que nacieron: 
"El pueblo es un montón de débiles y pendejos —pensaban— 
qué bien hicimos al pasarnos del lado de los vivos y de los fuertes"). 

Y entonces era de apretar el gatillo 
y las balas iban de la orilla de los policías y los guardias 
contra la orilla del pueblo 
así iban siempre 
de allá para acá 
y el pueblo caía desangrándose 
semana tras semana año tras año 
quebrantado de huesos 
lloraba por los ojos de las mujeres y los niños 
huía de espanto 
dejaba de ser pueblo para ser tropel en guinda 
desaparecía en forma de cada quién que se salvó para su casa 
y luego nada más 
solo los bomberos lavaban la sangre de las calles. 

(Los coroneles los acababan de convencer: 
"Eso muchachos — les decían — 
duro y a la cabeza con los civiles 
fuego con el populacho 
ustedes también son pilares uniformados de la Nación 
sacerdotes de primera fila 
en el culto a la bandera el escudo el himno los próceres 
la democracia representativa el partido oficial y el mundo libre 
cuyos sacrificios no olvidará la gente decente de este país 
aunque por hoy no les podamos subir el sueldo 
como desde luego es nuestro deseo".) 

Siempre vieron al pueblo 
crispado en el cuarto de las torturas 
colgado 
apaleado 
fracturado 
tumefacto 
asfixiado 
violado 
pinchado con agujas en los oídos y los ojos 
electrificado 
ahogado en orines y mierda 
escupido 
arrastrado 
echando espumitas de humo sus últimos restos 
en el infierno de la cal viva. 

(Cuando resultó muerto el décimo Guardia Nacional. Muerto por el pueblo 
y el quinto cuilio bien despeinado por la guerrilla urbana 
los cuilios y los Guardias Nacionales comenzaron a pensar 
sobre todo porque los coroneles ya cambiaron de tono 
y hoy de cada fracaso le echan la culpa 
a "los elementos de tropa tan muelas que tenemos".) 


El hecho es que los policías y los guardias 
siempre vieron al pueblo de allá para acá 
y las balas sólo caminaban de allá para acá. 
Que lo piensen mucho 
que ellos mismos decidan si es demasiado tarde 
para buscar la orilla del pueblo 
y disparar desde allí 
codo a codo junto a nosotros. 

Que lo piensen mucho 
pero entre tanto 
que no se muestren sorprendidos 
ni mucho menos pongan cara de ofendidos 
hoy que ya algunas balas 
comienzan a llegarles desde este lado 
donde sigue estando el mismo pueblo de siempre 
sólo que a estas alturas ya viene de pecho 
y trae cada vez más fusiles.

                                                                                          Roque Dalton




ERNESTO CARDENAL nos recuerda en las páginas de alguno de sus testimonios que ahora no tengo a mano, las penurias que los jóvenes sandinistas pasaban para combatir a la Guardia Nacional de Somoza. Esas limitaciones les obligaban a agudizar el ingenio y así fue como se les ocurrió crear las contundentes bombas de mierda. La receta es muy sencilla y económica. Basta buscar un frasco de “gerber” o los potitos de comida infantil por esas latitudes, e introducir en el mismo excrementos con orina dejando un espacio vacío antes de poner la tapa, luego de esto se guarda por unos días para su añejamiento o fermentación.
No es un arma de destrucción masiva, la Convención de Ginebra no la incluye entre las armas bacteriológicas, pero Cardenal asegura que era tremendamente efectiva para destruir la moral del guardia.
Su uso es bien sencillo, ni siquiera requiere buena puntería, basta cargarlas antes de salir para la próxima “manifa” y una vez allí, lanzarlas hacia los uniformados. El frasco de vidrio se rompe y los gases comprimidos de la fermentación expanden los excrementos bastantes metros a la redonda.
Se imaginan a esos policías “metrosexuales”, pletóricos de esteroides y gimnasio, radiantemente petulantes con su uno noventa de estatura, que reprimen con igual placer a una familia desahuciada, a un pensionado defendiendo su pensión o una joven a favor de la ley del aborto; oliendo a mierda. No por dios.
Asegura Cardenal y le damos la razón, que no basta con una buena fregada, el olor perdurará en el subconsciente de la victima por mucho desodorante que se ponga, porque además de arma biológica, lo es también psicológica. El policía victima empezará a sentirse como lo que realmente es: UNA MIERDA.
Hagan la prueba y si les da resultado, conviertan en viral, si no el poema al menos la fórmula. Tal vez se puedan extender su uso contra otros mierdosos como los enjuiciados por corrupción que abandonan sonrientes las Audiencias Nacionales, los diputados de algunos partidos o los presidentes de la próxima cumbre del G… y un largo etcétera.






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